Uno de los ámbitos más tradicionales de la sociedad gallega, al igual que en muchos ámbitos de la Península, son los llamados “alcumes”, los apodos. Los gallegos estarán conmigo en que la consideración de alcume nos resulta más personal y entrañable que la de apodo, pero en cualquier caso podemos considerarlos más o menos como sinónimos.
Es un fenómeno que hunde ya sus raíces en el mundo medieval. Hacia el siglo XIII, cuando el mundo heráldico se va configurando, toma forma también la onomástica en cuanto a la conformación de apellidos; se trata de un proceso que no resulta homogéneo, pero podemos considerarlo relativamente general.
Tales apelativos nos llevan más allá; nos conducen hacia la imaginación de la que nos hablaba Duby en una entrevista acerca de la investigación en la edad media, a los "agujeros para respirar y soñar, y en ellos a la vida de una persona y sus circunstancias más cotidianas.
Viene esta disertación a cuento de varios ‘alcumes’ curiosos que nos vamos encontrando en la documentación del siglo XIII inserta en el Tumbo del monasterio de Santa Clara, que está actualmente en catalogación y con el que trabajamos a diario. Hemos recogido aquí apelativos cariñosos, o quizá no tanto, que bien pueden haber quedado en sólo eso o haber pasado a la onomástica. Por ejemplo, en 1222 un Juan Pérez, en Compostela, era conocido como filius formosus, en 1299 una María Pérez era llamada escudeira de Quintáns, ¿debido quizá a lo bravo del carácter? ¿hija o esposa de un escudero?; curioso resulta también el apelativo de María Eanes, vecina de Cacheiras en 1249, y a la que se apodaba caldis, desconocemos en qué contexto; y en 1275, en el seno de la que debía de ser una familia bien alimentada de Compostela, los hermanos Domingo Pérez y Fernando Pérez eran conocidos como grossos y sus hermanas Mayor Pérez, Maria Pérez y Marina Pérez como grosse.
Ya lo decían Led Zeppelin en Stairway:
’Cause you know sometimes words have two meanings.
Convento de Santa Clara de Santiago.
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